El Pábilo ya no se actualizará más.
Ayer por la noche , en casa, recordamos anécdotas de ella.
Me impresionó mucho la de mi cuñada.
Cuando
Manu decidió que no le hicieran la traqueotomía que le hubiese podido
permitir respirar de modo artificial, todos supimos que su vida
terminaba.
Manuela
tomó esa decisión, sobre todo, porque no quería hipotecarnos la vida a
mi cuñada, y a mi. Tenía muy claro que la ELA avanzaba, y la solución
sólo suponía más tiempo de una enfermedad devastadora.
El
médico que la trató me comentaba que a la hora de la verdad, cuando el
sí o el no te alarga la vida, o la deja desinflarse, son poquísimos los
que se atreven, de un modo perfectamente consciente, a dar ese paso:
cuando estás asomado al abismo, a la incertidumbre, te agarras a un hilo
que te pueda sostener.
Si
"nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos",
Manuela jugó esa liga. Porque eso es lo que hizo. No vivió ni un
segundo más artificial, por nosotros.
Mi cuñada contó que , estando en la UVI con ella, le preguntó: "Manuela, estamos aquí, acompañándote, ¿tienes miedo?".
Manuela, por gestos, llevaba un respirador, contestó que no, y se llevó la mano al corazón.
Le acercó un pizarrín para que escribiera qué sentía, y escribió "tengo pena".
No
sentía miedo a lo que sea que te encuentres al morir. Era esa pena que
da no volver a estar en esta vida, con esa gente que quieres.
Era amor.