Estos
días vamos mucho a visitar a Carla. Carla está recién nacida, y
Manuela se extasía con ella.
Pienso en
Carla, en Manuela, en mi...
Nacemos
sin un idioma definido. También nacemos sin ideas preconcebidas
sobre nosotros mismos; simplemente ése bebé es así, no se juzga,
ni se valora, o compara. Carla pronto se formará una imagen de ella,
y dependerá de su educación, de sus experiencias, de su entorno,
del ambiente que respire.
No es el
caso, pues sus padres viven en la sencillez, ¡pero le influirán
tantas cosas!
Lo
primero es el nombre, que ya comienza a escuchar con amor. Hoy está
rodeada de mucho cariño.
Me
recuerdo en mi biografía y evoco las dudas que me transmitieron, mis
miedos , mis timideces, la formación en una religión de morales
rígidas, alguna muy atormentada. Escuchaba opiniones que me
afectaban mucho: qué simpático, qué vago, qué guarro, qué soso,
qué desastre...qué haremos de ti.
Nace una
sexualidad enmarañada, compleja, sucia.
Sin
saberlo, vamos absorbiendo todas esas opiniones y experiencias que
nuestro cerebro graba y transforma en creencias, las cuales, a su
vez, van moldeando nuestra identidad hasta llegar a convertirse en
nuestra realidad, en lo que creemos que somos.
Pienso en
Manuela. Es una mujer con muy pocas raíces, ¿cómo lo diría?,
“ideológicas”. No tiene una conciencia formada exclusivamente en
la religión, o en la política, o en el sexo, o en desvaríos
fanáticos. Todo se basa en muy pocas verdades, pero muy sólidas: la
familia, la tierra, el amor por lo concreto, sus pequeñas y muy
afianzadas fidelidades.
Con
Manuela comencé un camino nuevo, ¡tan difícil para mi!: el de
desprenderme de muchas tonterías adquiridas que me hicieron mucho
daño.
Volver a nacer, de alguna manera.