Regresábamos de visitar en León
a Carla, la niña que disfruta Manuela con pasión.
De sopetón me dice , “¡me da
pena estar quince días sin verla!”...
Nos vamos a Roma y esa pena
tiene.
-
¿Pero, porqué la quieres
tanto?- le pregunto.
-
Yo me crié en casa de su madre
y , cuando nació ésta, hice lo mismo: no esperaba más que llegara el viernes
para ir al pueblo a estar con ella. Y ahora me sucede lo mismo.
No termino de conocer a esta
mujer. El envoltorio se presenta , a veces, arisco, seco, nada zalamero...¡y es
un corazón con patas!
Sobre todo, no es narcisista. Los hombres y mujeres narcisistas están emocionalmente extasiados,
ensimismados, no se pueden unir ni identificar con otra persona porque son
incapaces de suspender su desconfianza e incredulidad en el prójimo, lo que les
permitiría entrar con amor e imaginación en la vida de los demàs, compartir
genuinamente sus circunstancias y respetar su existencia independiente.
Manuela es heredera de un mundo tradicional que se
está desvaneciendo.
Así, cuando la
procreación era esencial para la supervivencia de la especie, los hogares
compuestos de hombres proveedores y mujeres prolíficas eran obligados a estar alli. Y en
esos hogares, con ramificaciones familiares muy solidarias (los tíos, primos,
abuelos...), se vivía compartiéndolo todo.
Hoy todo eso ha cambiado,
excepto en bastantes Manuelas. Y yo, descubro ese tesoro.
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