Hay una idea muy común en los cuentos y leyendas de siempre, y de
todos los lugares: la de que los objetos están impregnados del
espíritu con el que han sido hechos. Tienen, los objetos, algo
mágico que les trasciende, y que depende de su origen.
En el Señor de los Anillos los elfos de Lórien entregan a los
expedicionarios unas capuchas y unas capas, «de esa tela sedosa,
liviana y abrigada que tejían los Galadrim. Era difícil saber de
qué color era: dependiendo del movimiento y de los cambios de luz
cambiaban de color. Colores maravillosos.
—¿Son mantos mágicos? —preguntó Pippin mirándolos con
asombro.
—No sé a qué te refieres —dijo el jefe de los Elfos—. Son
vestiduras hermosas, y la tela es buena, pues ha sido tejida en este
país. Son por cierto ropas élficas, si eso querías decir. Hoja y
rama, agua y piedra: tienen el color y la belleza de todas esas cosas
que amamos a la luz del crepúsculo en Lórien, pues EN TODO LO QUE
HACEMOS PONEMOS EL PENSAMIENTO DE TODO LO QUE AMAMOS”.
Tolkien en otra escena escribe «Hay maldad en esta espada. El
corazón del herrero sigue morando en ella, y era un corazón oscuro.
No amará la mano a la que sirva, y tampoco estará contigo mucho
tiempo».
Me gusta pensar que muchas de las cosas que nos rodean están
hechas con respeto, con amor, con una intención que las hace
sagradas ( no me refiero a la Religión, aunque también).
Y otras no. Hay cosas malas. Hay gente mala.
Nosotros también. Me gusta pensar que soy fruto del amor, o de
algo muy parecido. Es una buena manera de comenzar por caminos de
bondad y de belleza. Además, cuando estás perdido, es una buena
brújula para saber dónde desandar lo andado y volver a empezar.
Nuestra intención primera, en Manuela, y en mi, fue ,exactamente, así.
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