Para llorar se necesita no poca imaginación, y una predisposición
a la compasión. Y creo que los que no tienen imaginación les cuesta
llorar. No tanto porque sean fríos como porque viven en papel
apaisado y con cuadrículas.
Cuando lloramos, aunque lo hagamos
movidos por la misericordia del dolor ajeno, lloramos por nosotros.:
sentimos compasión por nosotros mismos porque imaginamos ese dolor
como propio. Lo vivimos.
Esa es la razón de la lágrimas de Manuela: que imagina sobre los suyos la hipoteca que deja su enfermedad en nosotros.
Pero no sólo lloramos de pena, por compasión…también se llora
de alegría, o de sorpresa, o por una gran excitación nerviosa, o
por enfermedad depresiva.
Lo más peligroso no es estar
triste – cosa normal – sino ser triste.
A Manu sus tristezas le duran poco.
Y a mi.
Cuando eso me sucede,
cuando veo que los problemas que tengo encima de la mesa se
solucionan tirándolos a la papelera. A veces tirándome a mi
mismo.
Entonces, es la hora de seguir el consejo de Kant: no
concedamos una excesiva importancia ni a las cosas que nos afectan ni
a nosotros mismos.
La mayor parte de los problemas tienden a resolverse solos.
ResponderEliminarEntonces caes en la cuenta.
No era un problema, sino una circunstancia.