Hay momentos donde una extraña
sensibilidad, que parece brotar de un deshielo glaciar que llevaba muy
dentro, fluye de una manera sosegada, pero decidida, y se me remansa
en lágrimas.
A veces pienso que es la edad, que
chocheo. Otras creo que es una sensiblería que inunda alguna canción
que estoy escuchando, que me ahoga el pecho y los ojos. Incluso culpo
a un algo enfermizo que arrastro desde que sé lo de Manuela...
Ayer regresaba a casa y sobrevino un
tema de Claydeman, dulzón y cursi como la balada de Adeline.
¡Llorar por esa balada tiene delito!
Me acordé de mi padre, después, veía
esa gente anónima cruzar un paso cebra en Valladolid, esos rostros,
esos andares, esos gestos, esas vidas que, súbitamente, me
importaron mucho. Y todas ellas me parecieron mejores que yo.
Luego,
también de modo inopinado, me vino el recuerdo de Manuela.
Y casqué. Rompí a llorar.
Si este estado es enfermizo, espero que
sea incurable, porque me hizo mucho bien.
A tu lado y disponibles.
ResponderEliminarPor algún lado tiene que salir el dolor, Susín. Y es bueno que salga con las lágrimas. Si no, se te hace bola por dentro y te enfermas.
ResponderEliminarBuen comienzo.
ResponderEliminarEl dolor y las lágrimas salen a veces cuando uno menos lo espera. Quizás porque el vaso está lleno de dolor y un pequeño detalle lo rebosa. Un beso.
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