La alegría en un enfermo es un puente
muy pequeño entre su corazón y el tuyo. Se encuentra en lo menudo,
en lo imprevisible. Se busca sin querer y, súbitamente, suena a lo
lejos como una campana tañida por un ángel que se propaga por el
aire hasta llegar a ti, a los dos.
Son cosas muy sencillas, como la visita
a un bebé, la mirada de una madre, o un beso acariciando los labios, la luz nueva que colorea el salón, o un watsap ingenioso.
Esa alegría a Dios le tiene que
conmover y, quizás, despertar.
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