domingo, 7 de septiembre de 2014

UNA ANÉCDOTA.

Todas las muertes nos dejan en un estado: un hombre que pierde a su esposa es un viudo, un hijo que pierde a su padre es un huérfano, pero  los padres que pierden un hijo no tienen nombre.

No hay nombre para tanto dolor.

Y ese dolor es algo tan íntimo que es incomunicable, no sólo innombrable.

Siento una enorme compasión por esas personitas dolientes y sus padres. Y una admiración  inmensa, pues es un amor que se palpa: no encontrarás gente que entienda mejor la vida que los padres  que han sufrido la pérdida de un pequeño. ¿Qué tiene que perder quien ha perdido lo más importante?.

Recuerdo un viejo y buen amigo que perdió un hijo cuando el chaval tendría 7 años.

En las largas excursiones al Pirineo acostumbraba a llevar una flauta en la mochila. Y en las distintas paradas que hacíamos a descansar sacaba la flauta y tocaba pequeñas melodías, y  cada melodía significaba el nombre de sus hijos: si se llamaba Enrique, la melodía tenía tres notas, las notas de Enrique. Si el nombre era Sara, tocaba dos notas, distintas , personalizadas en  su hija.

Nunca olvidaba tocar la de Alberto, el hijo fallecido.

A veces, cuando la ascensión era más dura , sudando a chorros, era la melodía que le gustaba silbar con la flauta.

¿Por qué escribo esta entrada?, no lo sé. Me acordé de este buen amigo. 

1 comentario:

  1. me enseñaron a no pedir a dios cosas concretas.el sabe mas.pero si q pido explicitamente:"señor, te lo suplico:q nunca vea la muerte de un hijo.eso no,por favor".yo creo q es lo mas brutal.q.puede pasar

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