Acompañar al enfermo desvela lo mejor
o lo peor de nosotros mismos, en nosotros, y en el enfermo. Da la
medida del valor de nuestros quilates.
Hay personas que ante la enfermedad
huyen como ratas de un barco que se inunda.
“De ésta no vas salir igual que
entraste”, me dice un amigo hablando de la enfermedad de Manuela.
“Ni tú, ni ella” . Es verdad. En sólo unos meses me siento
distinto. Me escribe un antiguo jefe después de una reunión
mantenida por temas profesionales, “te noté muy cambiado para
bien”...¿qué quería decir con ese “¿para
bien”?...probablemente, que antes me veía insensato, inmaduro,
bastante irresponsable.
A la fuerza ahorcan.
Escribió Einstein que “comienza a
manifestarse la madurez cuando sentimos que nuestra preocupación es
mayor por los demás que por nosotros mismos”.
Todo es muy bonito hasta que te toca a
ti. He hablado del amor, del dolor, de la alegría, me sabía todas
las lecciones, y las adornaba como nadie. Hoy sé que sólo una vida
vivida para los demás merece ser vivida. Y lo sé, ¡qué
vergüenza!, ahora, cuando caigo en la cuenta que sólo han vivido
para mi felicidad.
Dada la catarsis que vives y en señal de sincera amistad, he reservado para mi en el concesionario de Audi de Valladolid, un A6 metalizado que puedes pasar a abonar en cuanti tengas un momento.
ResponderEliminarEl asiento lo he pedido climatizado por la zona de las riñoneras. Las tengo pelin castigadas.
Gracias anticipadas.
Será ese, pues, el sentido último por el que Dios, amándonos como nos ama, permite que enfermemos, para hacer a los que nos acompañan mejores personas. Ya me sé la teoría, la práctica prefiero no tener que aprenderla nunca.
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