Todos estamos enfermos.
O, mejor, todos somos enfermos. Puedes
vivir tan al día, mientras no te suceda nada, que ignores tu
condición. Pero, no lo dudes, eres un enfermo.
Y si quieres un consejo, que ya sé que
no lo pides, “ponle nombre a tus enfermedades”. Esfuérzate en
conocerte, auscúltate. Transita en tu silencio interior sobre tu
tierra y haz un mapa de tus desiertos, de tus valles, de tus
montañas, de tus verdes praderas, o de tus pantanosos
lodazales...descubre tus plantas, las buenas y las malas, tus flores,
algunas tan hermosas como frágiles, otras sencillas y de una
reciedumbre maravillosa.
No tengas miedo a ponerle nombre a todo
lo bueno y lo malo que eres. Pero hazlo.
Después, un día, vendrán las
enfermedades del cuerpo, las menos importantes. Después de tantos
miles de años aquí aún nos extrañamos de que nos morimos, cuando
es algo que sabemos con toda seguridad...pero lo que de verdad
importa es que te conozcas tan bien que nadie pueda sacarte los
colores, o bendecirte, porque conoces perfectamente de qué barro
estás hecho.
Te advierto que hay nombres de tus
enfermedades interiores que pueden abrumarte, que no te van a gustar
nada.
No te preocupes, es muy posible que a
partir de ese hallazgo comiences a rezar de verdad por primera vez en
tu vida.
Caramba Mauricio..... Amén
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