Con la enfermedad de Manu compruebo
las diferentes formas de enfrentarse a la amiga enferma, a la
familia, al amigo .
Hay quien tiene respuestas de bolsillo,
que adviertes que nunca han pasado por un trance así, y quien sí
sabe de lo que habla.
De los primeros, están los discretos,-
callan y acompañan a su manera- y los impertinentes, los menos, esos que te
dicen que “sólo se vive una vez”, “así es la vida”, y
tópicos así. Hablan de oídas y desafinando.
Otros sí saben de qué hablan, pues
han pasado por situaciones difíciles y se ponen en tu lugar.
También se dan dos reacciones: los que
tienen fe, y los que no. La fe no tiene por qué ser religiosa. Basta
que sea trascendente: creen que hay algo o alguien más.
Entiendo a los dos, y a veces me muevo
cruzando las tres fronteras, la de la fe, la agnóstica, la atea.
No tengo claro nada, y busco.
En “El hacha”, de Gary
Paulsen, cuando un chico, a punto de que su avioneta se estrelle , ha
muerto el piloto, y él se ha quedado solo en la cabina, únicamente
sabe decir: «—Por favor —dijo Brian. Pero ni siquiera supo qué
o a quién pedir—. Por favor...»
Están los que te compadecen, los que te dan lecciones, los que te juzgan, los que se escandalizan...Todo depende de lo que conocen de ti, que es una parcela reducida, y de lo que han vivido ellos.
ResponderEliminarCreo que lo mejor es acompañar en silencio, sin preguntas.