lunes, 21 de julio de 2014

DOLOR DISCRETO.

En Castilla nos movemos en tierras de silencios. 

Aquí la gente no es de besos, ni se dicen que se quieren. Son gente de valores interiores. Sus biografías esconden raíces de generaciones duras, vividas con discreción,con una austeridad de familias donde los padres usaban el mismo pantalón, y la misma falda, para sacar adelante una recua de hijos que hoy viven en ciudades, añorando el pueblo, que es su raíz.

No se dicen nada, pero se quieren a  gritos del corazón.

Josefa viene a casa y calla. Mira y reza. Una fe fuerte, nada sentimental, ni escrupulosa, ni supersticiosa.

Y llora cuando nadie la ve.

Y Manu también calla cuando están juntas.

Y llora al acostarse en la habitación, porque sabe del dolor de su madre.

Las dos saben lo que sucede en cada corazón- ¡lo saben bien!- .

¡Dios!,¡cómo se me agita el alma cuando esa madre me dice que pide entregarse ella por su hija!

Es duro sentir este fuego del amor, que quema dentro. A veces quisiera amar menos a esta gente , como esos imbéciles sin alma, que te dicen que la vida es así, pasar página sin dolor.

No, coño, no. La vida no es así: es el amor el que duele tantísimo. 

Y cuanto más sufren en silencio, sin decirse nada, les quiero mucho más.

3 comentarios:

  1. Gracias por este post. No me fío yo mucho de los "te quieros" de puertas afuera. Esa forma de amar de tus mujeres me recuerda a la de la gente mayor de por aquí, esa que siempre está cuando la necesitas y que enjuga sus lágrimas en el delantal, de espaldas a la cocina.

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  2. grane ese amor sin aritificios, generoso y real. Tan escaso.....
    Un besazo fuerte

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  3. No sabría qué decirles a estas señoras, pero si sabría qué hacer.
    Me pondría a cierta distancia, en el parque, mientras ellas se dejan mecer por el sol de media tarde. Ese sol austero de Castilla que todo lo templa.
    ...
    Jugaría con varios enanos en la proximidad de las señoras. Dejaría que me observaran organizar un juego del pañuelo. Que me inspeccioran los movimientos del juego. Los saltos y las cabriolas. Los vienes y vois.
    Dejaría entrar a la niña que es tímida y no se quiere mover de debajo del árbol centenario.
    Y si tuviera un poquito de suerte, mi jugada fuera creible, y nos dejáramos mecer todos por la tarde, tal vez, solo tal vez, vería esa mirada de soslayo que tienen las mujeres austeras, que se alisan la falda y hacen como que no se ríen, pero por dentro se están partiendo, al acordarse de los juegos que hacen felices a los niños.

    Vendería mi alma al diablo por ver una de esas sonrisas de las señoras.

    Y por una jodida vez sería discreto, sosegado y prudente.
    Dejando que el sol de media tarde meciera la estampa.
    Y no diría ni una palabra.
    Solo jugaría con los enanos.

    Cerca de las señoras castellanas.

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