De repente, el dolor.
Y con él, uno se repliega sobre sí
mismo. Se vuelve un espeleólogo de su alma, y del alma de quién ama
y sufre. Cada uno de los dos , cada uno a su manera, desciende las
simas hasta alcanzar el núcleo de su intimidad.
Te acompaño, pero a veces tengo la
impresión que tú vas por galerías más estrechas que las mías,
sin luz, en una oscuridad que tiene ecos de fuentes subterráneas de
las que bebes, y sigues buscando la gran veta.
Vivíamos hasta hace unos días allá
fuera, indiferentes, divertidos, ajenos a todo, en el puro presente.
Hoy todo eso sobra. Es la hora de
buscar oro, y éste anida en el interior.
Yo te acompaño. A veces con una
linterna que pueda iluminarte. Otras enciendo una vela. Hay momentos
que eres tú la que me coges de la mano y me dice “¡es por aquí!”.
Es tiempo de oscuridad, de buscar una
luz nueva. Es tiempo de madurar.
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