Quejarte es siempre no aceptar lo que
eres. Quejarte es ir de víctima. Eres un pesado, un colgado, y un
pringado.
Piénsalo, te gustaría estar en otro
lugar. Y, siento escribirte esto, sólo tienes tres opciones: o
sigues ciego a lo que te sucede, o lo cambias, o lo aceptas. Decide
una de las tres. Te recomiendo las dos últimas.
Es posible que tengas miedo a cambiar,
y es posible que tengas miedo a aceptar tu situación actual porque
no puedes hacer nada por cambiarla. No pasa nada. Reconoce ese miedo,
obsérvalo con atención, ponle nombre, por muy duro, vergonzoso o
humillante que te parezca. Basta que lo hagas y no prevalecerá sobre
ti.
¿Reconocer el miedo es rendirse?.
Pues sí, se le puede llamar así. Pero esa rendición no es
debilidad. Hay una gran fortaleza en esa actitud. Ya no te sentirás
desgraciado, resentido, o un tío que se compadece de su situación.
Al rendirte te haces libre de esos malos rollos que te esclavizan.
Probablemente, al rendirte de toda esa
yogurtera de “pajas mentales” que tanto daño te hacen, puede que
descubras que la situación cambia sin ningún esfuerzo por tu parte.
Desde luego algo habrá cambiado: tú.
¿Manuela está enferma?, sí. ¿Es una
enfermedad con un pronóstico fatal?, sí. ¿Se puede hacer algo?,
sí. ¿Qué se puede hacer?...en lo que a mi respecta, reconocer que
el enfermo soy yo.
Y mi enfermedad es tan grave como la de
ella, aunque tiene otro nombre. Soy yo el que, al no poder cambiar,
me tengo que aceptar.
En eso estoy.
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