Tengo miedo de mi sin ti. Te miro estos
días y contemplo que, poco a poco, aceptas lo que te ha tocado.
Estás más serena, más encapsulada sobre ti misma, como creando la
crisálida que un día te llevará, en otro estado, a otro lugar.
“No hay otro lugar” , me dice un
amigo incrédulo como una piedra. “Sólo hay esto que ves, y así
es la vida”.
Francisco Umbral en “Mortal y rosa”
se debate en el aniversario del fallecimiento de su único hijo entre
ir o no ir al cementerio a depositar un ramo de flores. Si va, es una
manera de admitir que hay algo más que esta vida. Si no va, es
coherente con su modo de pensar: de su hijo sólo quedan despojos.
No fue.
A mi esa soledad de Umbral me aterra.
Estamos mucho tiempo en silencio. No
quiero molestarte con idioteces, frases hechas, o preguntas tontas.
Eso sí, te digo muchas veces que te quiero, y se me escapan besos
furtivos. Y tú te dejas. En ese estado del proceso estamos.
Pero no nos rendimos. Daremos cualquier
cosa por conquistar un segundo más de vida. Y la curación como
horizonte.
Hoy ha sido un día un poco jodido. Te
llamó una persona que quieres mucho y rompisteis los dos a echar el
bofe. Colgaste y te dejé sola.
Ahora sé que cuando estás así hay
que dejarte sola.
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