Tuvo
la mala suerte que al diagnosticarle le enfermedad , en vena y sin
anestesia, la doctora se fuera de vacaciones al día siguiente. Le
dejó su número de teléfono, la medicó, y hasta más ver...
Los
dos nos quedamos perplejos, desorientados, con una incertidumbre
tremenda, y ella con la imaginación enloquecida buscando en
internet qué era eso del ELA ( que es lo que nunca hay que hacer).
En
un mes perdió nueve kilos, lloraba con frecuencia, se apagaba.
Fuimos
a visitar a un especialista que, inmediatamente se hizo cargo de la
situación. “Estás pasando una depresión muy profunda, con toda
la razón del mundo”. Explicó maravillosamente bien la
enfermedad, su proceso, posibilidades, terapias posibles,
ejercicios...la medicó, la animó...
El
cambio fue radical. Y todo gracias a estar bien informados y
encauzados con profesionalidad.
De
esa conversación aprendí una idea fuerza para acompañarla.
«No
es ella, es su enfermedad y ella es la primera víctima; hay que
ayudarla y estar muy cerca».
Y si me permites otra: "no soy un enfermo, tengo una enfermedad"; cambia mucho la manera de afrontar uno mismo y los que están cerca la situación. El identificar la enfermedad como un tercero ajeno y no como parte de uno mismo hace mucho a la hora de llevarla...
ResponderEliminarCon vostros, cada día, en la distancia.