sábado, 7 de junio de 2014

SALAS DE EXPECTAR.


Desde hace unos días vamos a diario a rehabilitación del cuello.

Comenzamos a familiarizarnos con las salas de espera.

Está bien puesto ese nombre de “sala de espera”: porque allí esperas de esperar, y esperas de esperanza, si quieres.

Yo soy mal esperador. Muy malo. No paro quieto: salgo a fumar, llamo por el móvil, correteo pasillos, escucho conversaciones de enfermos que tienen los récords en lo suyo...: “pues a mi me han hecho ya trescientas intervenciones de...”, “la doctora Tal es muy maja, pero el que vale es el el doctor Pascual, el del Clínico, aunque el equipo del Ramón y Cajal, en fin, unos cardan la la lana...”.

Curioso ganado el de las salas de espera.

Manuela no dice nada. Se deja hacer, y soporta con paciencia mis idas y venidas.

Hay una palabra que aquí no se usa, y no está en el diccionario de la RAE: expectar, de tener expectativa.

Porque los pacientes esperan algo, pero no saben qué, excepto a ser recibidos. Son tristes las salas de espera de los hospitales.

Deberían hacer unas salas de “expectar”: que la gente tuviera claro que mientras está ahí, debe continuar trabajando-se. Haciendo. Mientras haces y piensas en qué más puedes hacer, mantienes la fe. Y así nunca pierdes la esperanza.

Pero, bueno, es sólo una teoría que se me ha ocurrido mientras paseo.

1 comentario:

  1. Ayer me chupe tres horas de sala de espera en El Niño Jesus.
    Una enfermera, hermana gemela de Claudia Sifer, nos informo que los de las batas blancas estaban en urgencias con los boxes petados.
    Tras pedirle sin resultado el telefono a Claudia, me enfrente a ciento ochenta minutos de lentitud y cansancio acumulado.
    Caras muy largas. Personas sin esperanza. Fes hechas fosfatina.
    Yo mismo estuve a puntito de auto operarme de las entendederas, para matar el rato.
    Todo en vano.
    ...
    Aparecio un chavalin mudo. Tendria seis añitos.
    Me miro desde seis mil kilometros, y espero.
    No se lo que esperaba, pero me miraba a mi.
    Entonces, el Señor, en su infinita misericordia, me envio un rayo de luz en forma de chorrada.
    Me puse a hablar con el con las manos.
    Con la voz ya soy torpe, pero con las manos debo de ser un desastre, porque el enano se descojonaba.
    Tuvimos que empezar de cero.
    El dedo indice para los determinantes. Este, ese, aquel.
    El puño cerrado sobre el pecho, para tu y yo.
    Las manos sobre la cabeza para la palabra sorpresa.
    Morderse la mano para la palabra ahy!
    Dar saltitos con las manos en las pelotas para la frase, me estoy meando.
    ...
    El enano me enseño algunas cosas muy interesantes.
    Me conto que tenia tres hermanos y que se zurraban.
    Que la enfermera jefe tenia mal genio.
    Y una historia de perros y gatos que no entendi del todo, porque nos pusimos a perseguirnos por el pasillo.
    ...
    Hubo un momento, al final, que ya no sabia muy bien que hacia yo en ese hospital.
    Tal vez hacer el gilipoyas con un enano.
    Tal vez, abrir una puerta a mi cansada alma.
    O incluso, ambas.

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