jueves, 28 de agosto de 2014

EL INDIO.


Cuando era pequeño me pasaba horas a solas en casa jugando con pequeños muñecos de indios, vaqueros, y ejércitos de soldados yankees.

Eran unas pequeñas piezas de plástico, con una base gris que permitía sostener al combatiente. El resto lo ponía la imaginación.

Con las sábanas, ideaba montañas, valles, desfiladeros, y perdía el sentido con guiones absolutamente desquiciados.

Pero siempre terminaban igual esas batallas: ganaban los indios.

Me daban mucha pena, la verdad.

Había uno de ellos que, en fin, de ser en la vida real, el pobre no hubiese durado diez segundos: tenía una pierna mordida (yo era un niño nervioso, de los que se comen las uñas, los pellejos de los dedos y mordisqueaba los tapes de los bolis).

A ese indio le había pegado una buena soba de mordiscos, y el hombre estaba con una pierna bastante jibada. Además, tampoco tenía arco, aunque sí la pose de disparar una flecha.

Y, para colmo, tenía las piernas inmensamente arqueadas, pues el caballo que debía galopar con nuestro sioux por las praderas, a saber dónde cojones estaba. Y en qué situación.

A ese indio, no me preguntéis la razón, era al que peor trataba: se caía por barrancos, le zumbaban a gusto los yankees, le disparaban desde los carromatos y caía mordiendo el polvo...¡pero siempre ganaba!

Siempre es siempre. Ganaba, además, cuando todo estaba perdido. Era fácil: lo cogía con mis dedos, y con ruidos guturales que acompañaban la hazaña, el cojo, manco, y jodido indio, se liaba contra todos, repartía guantazos a diestro y siniestro, se montaba sobre el caballo del mismísimo general Custer y, encima, se largaba con la bella Lucy, la hija de Cawright, el dueño del Arizona.

Por supuesto, fue Lucy la que le pidió irse con él, enloquecida de amor por Pluma Rota.

Así fue, hasta que un día caí en la cuenta que eran muñecos, y me fui con otros indios, otros carromatos, otros Custers, y otras Lucys.

Ese cambio fue muy duro, porque esos no se dejaban.

Muchas veces he pensado si Dios no será así: un Señor que juega sobre una sabana a indios y vaqueros, y que , no se sabe por qué, le zurra más, al que más quiere.

Pero al final siempre gana el pobre indio.

Pienso en Manuela. No se merece lo que está pasando. Nadie entendemos las razones de todo esto.

Son las seis de la mañana, y le pido a Dios que se acuerde de mi pobre, triturado, mellado indio.

Que hoy es india.

3 comentarios:

  1. Ayer me fui con un vecino valenciano a ver su huerta de naranjos. Tiene quince años mas que yo y acabamos hablando de la muerte y como enfrentarse a ella, y sobre todo de como prepararse.
    Catedratico el señor, me hablo de Carlos V y de Felipe II y de su biografia preparatoria en Yuste y en El Escorial.
    Bebimos mucha cerveza por el calor, y nos despedimos con un fuerte abrazo.
    ...
    Me regalo un libro de poesia y por la noche, tras leer algunas de ellas, me bañe en el mar.
    Y rece.
    Alli, enmedio del Mediterraneo, rece como un niño, pidiendo para que nos de un poco de luz.
    Utilice algunas palabras muy fuertes, y en algun momento creo que grite fuerte.
    ...
    Las olas amortiguaron mi lamento.
    Y sali del mar con un rebote de mil pares de cojones y sin respuesta alguna.
    Mas cabreado que una mona cabreada.
    ...

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  2. Pues yo q no se escribir como vosotros os diré q también me he bañado hoy y sin saber q decir... Pero me acaba de decir mi hijo de 10 años q teníamos q hacer lo del cubo de agua como Suso y le he dicho que sí, q x supuesto!

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