miércoles, 13 de agosto de 2014

SE APAGA.

Estos meses encontré  gente  que  piensas  que son de  otra  pasta porque les acompaña una marca de prestigio.

Son sacerdotes, monjas, frailes, personas que un día entregaron su vida a Dios. Hoy viven  una entrega con horarios.

En su mayoría , esa entrega  ha  quedado en una especie de SEUR profesional y aburguesado. ¡Cómo viven los tíos!

Podría contar  con los dedos de una oreja  los que  conservan el fuego de su primer amor.

No  quieren líos, aunque  sus líos  personales son provocados por necesidades  tremendamente anónimas.

Es  todo un mundo que se derrumba, y ellos lo saben.

Son  personas que a uno le da miedo:  desprecian la vida cuando ve gente buena, personas ejemplares, vidas limpias...y no porque no se lo crea, sino porque se lo cree y le fastidia su contemplación. Está harto del bien, de la belleza, de la entrega de otras personas a los demás. No está cansado del mal, está cansado del bien.

Probablemente alguna vez en su vida hicieron ese bien  y creyeron en esos ideales que ahora miran con cinismo y distancia.

Es, quizás, la peor desesperación. No es una desesperación que nace del cansancio del sufrimiento, sino del cansancio de la alegría. Y eso es muy peligroso. Es gente envenenada y que envenena.

Nosotros envejecemos con nuestros pecados, algunos pecados nos arrugan siendo jóvenes hasta más allá del siglo. Y el alma se marchita con nosotros. Se va muriendo el chaval que había en nosotros, su inocencia, su alegría, su generosidad...hasta caer en un escepticismo caduco, deteriorado y triste.

A mi es lo que más miedo me da.

Sólo Dios, que es un Niño Grandón que crea las cosas con la Alegría de los niños, puede hacernos volver a ése otro que fuimos.O un amor que nos haga otros.

Ese amor que ahora bocanea sin oxígeno, que me dio luz, que me hizo cambiar, y hoy tengo que juntar las manos, protegerlo de un soplo que lo apague.


2 comentarios:

  1. Cuando doblamos el Cabo de Hornos, el encuentro entre el Océano Atlántico y el Pacífico nos zarandea sin compasión alguna, convirtiendo nuestro buque en una suerte de cascarruja de nuez en un torbellino.
    Algunos miembros de la tripulación son presa del miedo y corren de un extremo al otro del buque, sin rumbo ni compostura, cerca de las chalupas salvavidas, prestos a abandonar la nave en una huída atolondrada y caótica.

    Nuestro capitán nos puso a trabajar con entusiasmo, justo cuando la tormenta arreciaba. A unos los puso a recoger las jarcias, a otros a cerrar las escotillas y a los dos grumetes nos dio órdenes para que fuéremos a la cocina y peláramos patatas con denuedo.

    Aquel frenesí ocupacional nos distrajo de nuestros oscuros pensamientos, evitando que el pánico nos convirtiera en pesados bultos que estorbaran el gobierno de la nave.

    Luego, el capitán se fue al puesto de mando, agarró el timón con ambas manos, echó un vistazo ora a la línea del horizonte, ora a la carta de navegación.
    Y entonces lo dijo:

    "Bien señores, veamos si somos marineros o somos un atajo de inútiles.
    Vamos a doblar el Cabo de Hornos":

    Sus palabras nos recordaron quienes éramos en realidad, nuestra auténtica naturaleza.

    Entonces fue que retomamos con brío nuestras tareas y nos sentimos orgullosos de estar allí, justo donde los Océanos se golpean con inusitada virulencia.

    Donde los mapas se acaban.
    ...

    Adaptación libre de "El espejo del Mar".
    Joseph Conrad.
    1905.

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  2. No abras tus manos. sigue protegiendo a tu amor. Protegiendo y acariciando.
    Un beso muy grande.

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