martes, 12 de agosto de 2014

SIN FUERZAS.

Ayer, regresando de la Batería de Cenizas,  Cuartel inaugurado en 1927, hoy abandonado, que tiene una panorámica sobre el mar sobrecogedora, con acantilados de trescientos metros...ayer, digo, encontré al regresar en el Cabo de Palos, un velerín que las estaba pasando regulín para salir del puerto por la cantidad de aire que hacía. Le costaba al tío poner la vela en vereda.

Cuando el viento sopla a tu favor es fácil llevar la barca de tu vida. Lo difícil es cuando sopla en contra: el viento viene hacia mi, y yo quiero ir, precisamente, hacia donde me viene el viento. Antiguamente cuando eso sucedía plegaban las velas y a remar. Aún hoy hay quien hace eso. Por ejemplo, los que en el barco de su vida no saben de vientos. No les queda más remedio que ir dale que te pego a remo y a güevo. Pero eso es agotador.

Los voluntariosos actúan así. Pero el que sabe algo, conoce que si pone la vela en unos 45 grados con respecto al viento, el propio viento le impulsará hacia adelante y un poco a la derecha. Así que sólo hemos de corregir la trayectoria un poco con el timón, y estaremos aprovechando el viento contrario para ir allí donde queremos ir, y sin esfuerzo.

A eso se le llama flexibilidad. El que rema contracorriente no es flexible, y se agota. El que usa el timón, es flexible y utiliza las circunstancias a su favor. Das más vueltas, quizás, pero terminas llegando. Y cuando llegas no estás agotado, te da tiempo a tomarte unas cervecitas.

El mar calmado no hace buenos marineros.

Escribo de oídas, claro, porque  en  ocasiones como  las  que estamos  pasando  el mar  parece  un sidral de  una densidad que hace imposible  cualquier  avance.

Todo  es  de  una  quietud desesperante. Se  vive  inmóvil, agazapado  sobre  uno mismo. Sin  fuerzas.

2 comentarios:

  1. Abarloar : colocar un buque al lado de otro o de un muelle, en forma que quede en contacto con su costado. También denominado en algunos lugares amadrinar.

    "Estabamos sin fuerzas y sin gobierno alguno.
    La mar, brava nos encaró una tormenta de tal virulencia, que pensamos que no saldríamos de ella.
    Después de tantos años de navegación, de tantas aventuras y vivencias, aquellas olas nos agarrotarron tanto los músculos como las seseras.

    Así que buscamos una bahía en una isla salvaje, y nos abarloamos los unos contra los otros.

    Y entonces fue que sentimos un gran alivio interior, y nos dispusimos a pensar que nuestro largo viaje no acabaría ni ese día, ni ese mes, ni ese año.

    Y así, pudimos descansar el ánima.
    ...
    Adaptación libre de "El espejo del Mar", de Joseph Conrad.



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