viernes, 27 de junio de 2014

PENSAR EN PERDERTE.

De Chesteton : “ El medio de amar una cosa es pensar que podríamos perderla”. 

Y es verdad.

¡Cómo duele esa verdad cuando viene impuesta de una manera  anónima  e imprevista!

Otros pierden su amor por quererlo a toda costa. 

Mala forma de querer es esa que se sustenta en idolatrar a tu pareja, en tenerla tan en propiedad  y tan en  exclusiva, tan tan...que un@ ya no sabe qué hacer para que se dé cuenta de lo muchísimo que la quiere. Y viene el miedo. Miedo a perderla. ¡No lo merezco!,¡no estoy a su altura!,¡no le llego a la planta de sus sandalias!...ya no se fija en mi.

Y en esa espiral de angustia, que es una forma de idolatría, se sufre. Y mucho.

“¡Le amo!”. Sí, le amas, a condición de que nadie más le ame como tú.

¡Es el miedo!. Y de aquel buen vino saldrá un buen vinagre. Cuando sobre algo finito, como somos todos, se abate un deseo infinito no tarda en reducirse a la nada. Adorar un amor, una persona, es estar maduro para la decepción.

El amor necesita aire libre, oxígeno: la llama más ardiente se extingue en un vaso cerrado.

3 comentarios:

  1. Lo que dices me hace sentir diminuta, porque amo como náufrago amarrado a una tabla. Ay....

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  2. Hace mucho, mucho tiempo, un muchacho adolescente caminaba por la playa.
    Tenía toda la vida por delante y ninguna experiencia.
    Luego creció, y tenía menos vida por delante, pero tampoco acumuló demasiada experiencia que digamos.
    El caso es que era una mañana de agosto, con un sol abrasador, en el que hasta las sardinas estaban en el chiringuito tomando cervezas.
    El muchacho caminaba con unas zapatillas de playa, un bañador y la curiosidad de una ardilla.
    Se paró en medio del mundo mundial y miró a su alrededor. Bañistas y bañistos. Arena y mar.
    De pronto apareció una sirena de su edad en una ola azul. Como era sirena estaba llena de curvas, escamas y una larga y potente cola de pez.
    La sirena se deslizaba por la cresta del oleaje, y dadas las circunstancias, el muchacho se puso a su lado y la imitó en todos y cada uno de sus acuáticos movimientos.
    Si la sirena atravesaba una ola, el muchacho hacía lo mismo.
    Si la sirena buceaba en dirección a las rocas, el chico la imitaba.
    ...
    Así pasaron varias horas, sin hablar ni decir nada.
    Simplemente jugaban como lo hacen los delfines.
    Por instinto.
    ...
    Cuando el sol estaba en lo alto y los bañistas se fueron a comer, los dos delfines hacían carreras.
    Tras la comida, el sol se puso en plan salvaje y los bañistas se enfrascaron en una actividad tranquila, echarse un siestón. Los delfines, como todo el mundo sabe, no duermen la siesta. Se dejan llevar un rato por la corriente y miran como la espuma blanca y los reflejos verdes se mezclan.
    ...
    Por la tarde, los delfines emiten unos pequeños gruñidos y se comunican; así que la parejita probó a charlar un rato en la orilla.
    Luego probaron a charlas dentro del agua.
    Y luego debajo de ella.
    ...
    Lo más divertido fue charlar debajo del agua. Si no lo has intentado, te insto a que lo pruebes.
    ...
    En fin, el sol empezó a bajar y una enorme bola roja incendió la línea del horizonte.
    Allí seguían los delfines, jugando.
    ...
    Cuando anochecía, los padres de los delfines se puesieron a buscarlos por la playa, pues hacía muchas horas que no habían acudido a su madriguera.
    Los encontraron cortando el viento en la playa de poniente.
    ...
    El abuelo del muchacho encabezaba el grupo de familiares preocupados, y cuando los divisaron, indicó al grupo que se sentaran en la arena y que nadie molestara a los delfines.
    Y luego añadió:
    "El amor necesita aire puro. No les molestéis. Están aprendiendo"
    ...
    Y luego se quedaron sentados, mirando como los delfines saltaban y jugaban entre ellos.

    Allá donde los mapas se acaban.

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  3. Allá, donde nadie pierde a nadie.

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