domingo, 16 de marzo de 2014

CASQUÉ.


Hay momentos donde una extraña sensibilidad, que parece brotar de un deshielo glaciar que llevaba muy dentro, fluye de una manera sosegada, pero decidida, y se me remansa en lágrimas. 

A veces pienso que es la edad, que chocheo. Otras creo que es una sensiblería que inunda alguna canción que estoy escuchando, que me ahoga el pecho y los ojos. Incluso culpo a un algo enfermizo que arrastro desde que sé lo de Manuela... 

Ayer regresaba a casa y sobrevino un tema de Claydeman, dulzón y cursi como la balada de Adeline. ¡Llorar por esa balada tiene delito! 

Me acordé de mi padre, después, veía esa gente anónima cruzar un paso cebra en Valladolid, esos rostros, esos andares, esos gestos, esas vidas que, súbitamente, me importaron mucho. Y todas ellas me parecieron mejores que yo.

Luego, también de modo inopinado, me vino el recuerdo de Manuela. 

Y casqué. Rompí a llorar. 

Si este estado es enfermizo, espero que sea incurable, porque me hizo mucho bien.

4 comentarios:

  1. Por algún lado tiene que salir el dolor, Susín. Y es bueno que salga con las lágrimas. Si no, se te hace bola por dentro y te enfermas.

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  2. El dolor y las lágrimas salen a veces cuando uno menos lo espera. Quizás porque el vaso está lleno de dolor y un pequeño detalle lo rebosa. Un beso.

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