lunes, 31 de marzo de 2014

LA CRUZ DEL SUR, QUE MARCABA NUEVAMENTE EL RUMBO.


Leo a Ernesto Sabato  , ya anciano, cuando publica su testamento espiritual. Allí refiere los sucesos más significativos de su vida.

Un capítulo lo centra en su mujer, y le canta un emotivo agradecimiento por haber sabido esperar en los momentos de crisis de amor por el que pasaron.

¡Qué bien me ha hecho la lectura balsámica de estas páginas, tan sinceras!

De modo explícito refiere uno de esos momentos, singularmente crítico para ella: una ocasión en la que le abandona para irse con otra mujer:

“Con enorme desconsuelo pienso en todo lo que ella debió soportar por mi culpa. Recuerdo la tarde en que la dejé en París, para irme con una mujer que había sido condesa en los años previos a la Revolución Rusa...."

"Me la había presentado un príncipe que entonces trabajaba de taxista, con quien hablábamos sobre Chejov, Dostoievski, Tolstoi. La agitación que vivía durante el período surrealista era tal que, finalmente, abandoné a Matilde en el puerto, con el pequeño Jorge en brazos, cometiendo un acto horrendo que jamás ha dejado de atormentarme".

"Por eso, cuando en la calle, en el tren, se me acercan a darme la mano, o algunas mujeres y hasta ancianas religiosas me dicen: ‘Que Dios lo mantenga por muchos años todavía’, me pregunto si lo merezco. Tantos fueron mis abandonos a aquella mujer que dio su alma y su vida por mí...

“Porque siempre necesité que me apuntalaran como a una casa vieja o mal construida....En sus años finales, cuando la he visto desolada por su enfermedad, es cuando más profundamente la quise. 

Y pienso en el valor con que sufrió mi vida complicada, azarosa, contradictoria. A su lado pasé momentos de peligro, de amor, de amargura, de pobreza, de desengaños políticos y de tristísimos alejamientos, en que esperaba siempre a que el barco sacudido por oscura tempestades regresara a la calma, y yo volviera a divisar el cielo estrellado: esa Cruz del Sur que marcaba nuevamente el rumbo, la misma que tantas veces, cuando éramos muchachos, habíamos contemplado desde algún banco de la plaza. Y muchos, muchísimos años antes, el supremo misterio, la recuerdo cuando me farfulló aquellos versos de Manrique:

‘cómo se pasa la vida
cómo se pasa la muerte
tan callando...’

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