sábado, 4 de enero de 2014

EL NOMBRE DE LAS COSAS


Hace unos años fui a capar a “Encomiendo”, el gato que anda por casa, cuando anda por casa.

Me dio mucha pena verlo allí, en la sala del veterinario, tan pequeñico y desvalido.

- ¡Joder!- le dije al veterinario- ¡debe de ser muy duro para él!

- No...los gatos no saben que son gatos.

La frase me llegó muy dentro: los gatos no saben que son gatos.

Nosotros sabemos que somos personas o, por lo menos, animales racionales. Y sufrimos cuando nos parece que no sabemos el nombre de las cosas. Necesitamos analizar todo y ponerle un nombre. Necesitamos etiquetar lo que nos rodea, lo que nos sucede. Hemos llegado a analizar todo nuestro mundo y ponerle el nombre a nuestras pasiones, a nuestras enfermedades, a todo...

Siempre preguntamos “¿qué es esto?”. Miras una flor y te dicen “es una rosa”. Y nos quedamos tranquilos.

¿Qué importa que se llame rosa?. Es un nombre que le ha puesto alguien, y crees que has entendido. Pero en realidad no hemos entendido nada. No saber su nombre te desconcierta...¿cómo se llamará esta flor tan hermosa?...pero eso no es necesario para tu vida.¿Con ponerle nombre ya sabes qué es?

El rosal, como el gato, no sabe su nombre, ni le interesa. Allí está, esperando que lo contemples y aprendas algo más.

Cuanto más analizamos , más cerca estamos de abortarnos (el aborto es fruto de la “ANALÍTICA”. No hay corazón en los análisis. Es gente de despachos que hacen números para que la ciencia y la técnica funcione según unos planes más fríos que las clínicas que después ejecutan esos planes.

Ves un hombre y necesitas saber quién es...”es africano”...ya sabes algo de él y te quedas tranquilo...¿qué más?...es negro...¡bueno!, otra cosa que sé...”es musulmán”...¡muy bien adelante!...”es socialista”...vas juntando etiquetas y qué crees, ¿ya está todo?, ¿ya lo sabes todo?

Conocerás al hombre cuando hables con él y lo trates, cuando le hubieses amado lejos de ideologías. Lo mismo que al rosal. Sin saber su nombre podrías acercarte a él, olerlo, meditado en silencio a su lado, maravillarte de sus colores, y de la luz que traspasa sus pétalos.

Y en los ojos de un gato, si los sabes contemplar , el universo entero se refleja, el sol, la luna, las estrellas. En esos ojos lo pequeño es infinito.

Sólo así se entiende eso de “mirar las flores del campo, no tejen, ni se visten , ni se agobian con que me pondré y qué ..., y sin embargo os digo que ni Salomón se vistió con tanta magnificencia”

3 comentarios:

  1. Con el tiempo y un cierto desapego por lo racional, aprendi a ponerle otros nombres a las cosas.
    Conozco un rincon en mi ciudad, donde una enfermera puede sentirse la Reina de Saba, descender de su nave en un embarcadero junto a un palacio de piedra, tocar con sus propias manos las piedras milenarias de un palacio, y luego asomarse al mar.
    Si tuviera suerte, os lo podria mostrar algun dia.
    Es completamente gratis, como la mirada de vuestro gato.

    ResponderEliminar
  2. Me acabo de acordar de otra cosa.
    Justo enfrente del mar de Madrid, hay un agujero en el tiempo.
    Un lugar en el que te puedes transformar durante una hora en Marco Polo y admirar los objetos que verias si dieras la vuelta al mundo.
    Una lampara veneciana de mas de tres mil piezas.
    Una armadura de los tiempos de Gengis Kant.
    Una mesa de marqueteria de madra construida con cientos de maderas orientales.
    Una biblioteca con cientos de libros encuadernados en cuero repujado.
    Y mascaras africanas de diseños intemporales.
    Se trata de un agujero en el tiempo que te permite circunnavegar la TIerra en una hora.
    Tan extraordinario, que carece de nombre.
    Solo hace falta hora y media para ver ambas maravillas.
    Ya sabeis.

    ResponderEliminar
  3. Un postque hace pensar mucho, al menos a mi. Los gatos no etiquetan, y se ve que es mejor.

    ResponderEliminar